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Capileira al fondo de la sierra Acuarela. 20x40. 2023 Berto Martínez Tello |
Querido
amigo José Luis, no sé qué puedo ofrecerte, que no puedas
ofrecerte a ti mismo. Porque aquí, en este coloquio de amigos,
hablamos de lo común, de eso que está en nosotros antes de
nosotros, antes de nuestra individualidad separada, que nos acompaña
continuamente, sin darnos cuenta, como la salud estando sanos o la
belleza que no vemos hasta que caemos rendidos ante ella. Saberse uno
eso, saborearlo, es conciencia de unidad. Ahí no cabe duda de que,
por ejemplo, como dices, el sufrimiento y el dolor “no son lo que
parecen ser”. ¿Y qué son? Según nuestra experiencia, son algo
con lo cual podemos conocernos mejor, porque se nos impone, como la
luz en los ojos; tanto el dolor como el sufrimiento serían dos
grandes compañeros en esta singladura que es vivir. Por un lado, nos
alertan cuando algo no va bien, nos dicen que tenemos que mirarlo,
que es también mirarnos. Nos preguntan por la causa, para que no nos
quedemos en los síntomas: que sufro, que me duele. Nos piden que
miremos nuestro cuerpo (soma) o nuestra alma (psijé),
que nos pongamos manos a la obra, a cuidarlos (cuidarlos es
cuidarnos, y no otra cosa como, por ejemplo, cuidar de la imagen de
lo que creemos ser). Y lo mismo hay que estar atentos a las heridas
de nuestro cuerpo que a las heridas emocionales.
Por otro
lado, es necesario poner aparte el sufrimiento. El sufrimiento no es
el dolor; es un añadido mental al dolor: “esto no lo
merezco”, “qué desgraciado soy”, “no puedo confiar en
nadie”, “todo me sale mal”, “qué va a ser de mí”, y un
largo etcétera en el que todos podemos reconocernos a menudo. El
dolor es inevitable, el sufrimiento es evitable: se hace fuerte en la
ignorancia de quién soy yo en el fondo, a través de un
cinturón de creencias limitadas o erróneas (acerca de mí, de los
demás, del mundo). Y esto requiere todo un trabajo filosófico de
desbroce, de autoconocimiento.
¿Y la
mentira? Ay, la mentira... ¡qué manera más suicida de engañarse a
uno mismo! Ésta es la verdadera mentira. Pero, como dices, la
mentira tampoco es lo que parece. Más que dudar, querido amigo, se
trata de ver. La duda solamente puede ser el comienzo de una gran
amistad con la verdad. Pues, tampoco instalarse en la duda nos saca
de mucho aprieto, más bien nos consume, como una uva se pasa
expuesta al sol. Más bien, la duda nos serviría para re-situarnos,
apartado lo que no es (seguro, veraz, claro, distinto, como diría
Descartes, el de la duda, no el dogmático), dejar paso a la
comprensión, que no es un simple saber. Apartamos la vista de la
oscuridad y nos dirigirnos al foco de la luz. Y cuando, así
pertrechados, ponemos luz, entonces la oscuridad desaparece. ¿Y
dónde está esa luz? La respuesta me parece ahora mismo muy clara:
ahí, en ese “lugar” (que no es un lugar) desde donde estamos
comprendiendo todo esto. Aquí y ahora. Esa conciencia que es
autoconciencia. Los antiguos griegos, en general, la llamaron nous,
los indúes atman, los estoicos “regente”, otros
“conciencia-testigo”, pero no importan los nombres, sino la
experiencia... y ahora mismo, lo estamos experimentando juntos, ¿no
es verdad?
Así que
ya tienes tu “Voluntad global”, dicha de otra manera. Pero todos
los caminos llegan a Roma, si de verdad queremos llegar a Roma y no a
otro sitio. Una voluntad transpersonal... puede ser. No
importan los nombres, sino la experiencia, que podemos compartir.
Porque no hablamos, claro, de experiencias subjetivas o individuales.
Se vive individualmente, pero no es una experiencia individual. Si lo
fuera completamente, no podríamos estar ahora mismo hablando juntos,
dialogando, comunicándonos.
Nada,
pues, de sinrazón, la vida es una construcción inteligente. No
sería real, si no fuera inteligente. Si es, posee en sí misma su
razón de ser, su valor, su realidad. Y nosotros, que nos creemos
pobres seres humanos, tan solo necesitamos volver a conectarnos con
esa realidad presente (esa conciencia de unidad que decíamos
el otro día) para sentirnos vivos, momento a momento, como suele
decir el sabio Krishnamurti. Nada es complicado desde este centro de
nosotros. Todo se complica en la periferia, o digamos mejor, en la
superficie de nuestra existencia cotidiana, con sus preocupaciones y
conflictos, sus temores y deseos. Entonces, querido amigo, ¿es
nuestro yo terriblemente insuficiente? Depende de a qué “yo” nos
estemos refiriendo, ¿no es cierto? Dado que podemos experimentarnos
de distintos modos y en distintos niveles. El mar puede estar
embravecido en la superficie, buceamos entonces unos metros y
descubrimos el mar en calma que siempre ha estado en calma. Descubrir
la verdad (aletheia), decían los antiguos griegos, supone
todo un trabajo para quitar lo que la cubre.
Salud es
lo que te ofrezco, querido amigo, lo que me ofrezco a mí mismo.
Salud para el cuerpo y salud para el alma. Que no te lo ofrezco, que
ya está, que sólo la echamos de menos cuando creemos que nos falta,
cuando sufrimos, viviendo ahí, dentro de esa conciencia de
separatividad. Entonces: ¡salud, amigo! ¡Qué sabios que eran, los
que se deseaban salud, cuando en el camino se encontraban!
Antonio Sánchez