Fuente Hondera (Capileira)

15 septiembre 2025

Sobre la democracia 2/8


Cristóbal Toral, D ́ Après La Familia de Carlos IV,
1974-75. Óleo sobre lienzo.  212x240 cm.

Querido amigo, José Luis:

Me alegro mucho de poder continuar con estas, nuestras, conversaciones. A dos bandas, pero creo que tenemos detrás, a nuestras espaldas, entera a la humanidad. Y no me refiero a que nosotros la representemos, cosa imposible, pues solamente somos dos farolillos en la noche. Más bien habría que decir que es la humanidad (algo de ella) lo que puede llegar a expresarse a través de nosotros. Me hablas del poder, pero no sé si seré capaz de centrarme completamente en el tema, del que me pides mi perspectiva para conjugarla con la tuya... Me va a resultar difícil separarme de los últimos y tristes avatares de la política de nuestro país, a la que yo llamaría más que política, politiqueo. Trataré de centrarme, pero no te aseguro que no permanezca dicho trasfondo, que venimos sufriendo como ciudadanos, al menos en las últimas décadas, de una ilusoria alternancia política. Ya te advierto, desde ahora, que lo que diga en esta dirección, estableciendo un juicio crítico sobre la democracia que vivimos o sufrimos, lo haré (y te pediría que así lo hiciéramos) según he apuntado antes, como ciudadano, poniéndome (poniéndonos) en el lugar de la ciudadanía. Una ciudadanía crítica y madura. Mayor de edad, como diría Immanuel Kant. Precisamente, lo que “todos nosotros” sabemos por experiencia pero solemos hablar únicamente en pequeños grupos.

Nos propones que hablemos (por ahora) del poder. Pues venga, vamos a ello. Lo primero, ¿qué es el poder? Tú lo dices bien... poder es potencia, y ésta es, como descubrieron Spinoza y Nietzsche, voluntad de ser, una inquietud profunda que nos lleva a desarrollar nuestras potencialidades (cualidades o capacidades) todo lo que podamos. Cada uno de los seres persevera en su ser, y ese esfuerzo no es sino su esencia propia, decía Spinoza. Y esto, sin más, es lo natural. Ahora bien, el poder del que hablamos, y que nos preocupa creo yo, es el poder que necesita para desarrollarse del dominio sobre (o la posesión de) los otros. Lo que no deja de ser una debilidad (para la cual el propio sujeto suele estar ciego) de quien ejerce el poder así entendido y lo lleva a la práctica en la forma de agresividad u hostilidad, más o menos velada.

Como bien dices, despojar al otro de su capacidad para desarrollar su potencial (su ser) es una calamidad (social e individual, cultural...). Existe una gran diferencia entre las comunidades que hacen posible (crean las condiciones mínimas para) que cada miembro se esfuerce en dar lo mejor de sí, aportar al grupo lo mejor de sus capacidades, frente a aquellos conglomerados sociales que las coartan, reprimen o las redirigen hacia el poder de unos pocos o de uno solo. En mi vida profesional he pasado por muchos centros educativos y puedo asegurarte, por experiencia, que eso es así; y puede apreciarse en las diferencias abismales que puede haber entre unos y otros centros educativos (o des-educativos según los casos).

Así pues, ¿qué comunidad humana puede ser mejor para vivir, para convivir? Pues se deduce de lo dicho: aquella que sea capaz de sacar lo mejor de sus miembros (y no lo peor), de manera que todos puedan contribuir, cada uno según sus capacidades y cada uno desde sus propias necesidades, al bien común. Y no otra es la definición de justicia o vida social justa. Éstas podrían ser las mimbres de una comunidad duradera y no los golpes sutiles para su autodestrucción a medio o largo plazo, o bien, para convertir el espacio social en un generador continuo de malestar o de violencia. Porque hay una violencia de base, que atenta contra nuestra naturaleza como seres vivos: cuando yo no puedo desarrollar lo que soy, porque se me impide y lo reprimo, esto es violencia; cuando necesito dominar a otros para sentirme más yo mismo, esto es violencia. En este caso, traiciono mi propia naturaleza profunda, ejerzo violencia sobre ella, y acto seguido, sobre los demás en forma de resentimiento (de nuevo, Nietzsche). Pero, querido amigo, en este mundo que vivimos, ¿cuántos dirigentes políticos (o de otros sectores) no actúan así? Esto me preocupa, realmente. Espero con ansias tu respuesta.

Ahora bien, también te digo, sobre la pregunta que me lanzas al final de tu carta, que buena parte de lo que nos sucede en la actualidad, desde el punto de vista político, viene derivado del olvido de nuestro propio poder como comunidades humanas frente a un poder establecido que solamente se mira a sí mismo (alcanzarlo como sea y perpetuarse en él como sea), un modo narcisista de ejercer el poder; un poder, por lo tanto, de raíz enfermo. Disculpa la crudeza. Pero nos va mucho en ello. Salud.


Antonio Sánchez

05 septiembre 2025

Sobre la democracia 1/8

 




Querido amigo,

todo parece indicar que estamos siendo testigos de una época oscura que recordaremos con incredulidad. El menosprecio por el conocimiento y el ensalzamiento de los líderes autoritarios es algo que el mundo ya ha conocido, con resultados absolutamente dramáticos. 

¿Cómo está siendo esto posible? 

Reconozco que es difícil no sentir impotencia ante una involución semejante. Uno se siente impotente cuando no detenta el poder suficiente para influir en ello, sea lo que sea el «ello». Pero, si te soy sincero, he de reconocer que mi relación con el poder nunca ha sido fluida. No me refiero al hecho de que otros detenten el poder y yo tenga que sufrir las consecuencias de esa jerarquía —porque cuando alguien tiene el poder, lo ejerce—. Me refiero al hecho de que yo nunca haya deseado disponer de esa herramienta. 

Supongo que habrá razones para explicar esa actitud, y reconozco que me aliviaría saberlas, pues no facilita las cosas el hecho de estar permanentemente bajo el yugo de individuos e instituciones palmariamente incompetentes cuya única razón de ser en esta vida ha sido justamente eso, detentar el poder.

Me pregunto —te pregunto— qué es el poder, en realidad. ¿Es posible el poder sin algún grado de sumisión o dominación? ¿Es el poder una perversión del orden natural? ¿Es compatible el poder con el apoyo mutuo? ¿Cómo garantiza su supervivencia? ¿Es inseparable el poder de la promesa de opulencia?

Sospecho que, como ferviente defensor de la cooperación, no me sentiría demasiado cómodo en una situación en la que se disfrutara de una ventaja jerárquica basada en la sumisión o la dominación, aunque fueran estas inconscientes. Solo se me ocurre una razón para que la civilización haya preferido ese esquema de relaciones: es más eficiente a la hora de tomar decisiones. Pero eso no garantiza que desde esa posición las decisiones que se tomen sean acertadas —ya no digo justas, que también—.

Lo cierto es que hay una buena razón para no pretender someter o dominar a nadie: es que de ese modo despojamos al otro de la capacidad de desarrollar su potencia, y nos negamos a nosotros mismos los posibles beneficios de contar con ella. No conozco ningún ejemplo en la naturaleza en el que las posibilidades de desarrollo de un potencial sean conculcadas sistemáticamente en favor de un debilitamiento de ese potencial en el seno de una misma especie. Porque eso solo ocurre cuando el beneficio individual se impone al colectivo.

El poder es incompatible con el apoyo mutuo. Ni siquiera el poder institucional respeta las condiciones necesarias para el apoyo mutuo. Las instituciones que lo respetan son las instituciones convivenciales. Estas no ejercen poder, sino arbitraje.

El éxito del poder está en la velocidad a la que ejecuta sus acciones y en la eterna promesa de opulencia para quien lo ejerce y quien lo apoya. Su debilidad radica en la carencia total de proceso crítico, de análisis, de mejora y, sobre todo, en prescindir del talento de los irredentos y de los sometidos.

El problema es que su derrota suele llegar con un legado incalculable de destrucción.

¿Qué podemos, qué debemos hacer, amigo mío?


José Luis Campos