Fuente Hondera (Capileira)

25 octubre 2025

Sobre la democracia 6/8

Cristóbal Toral, Antes de llegar a la ciudad, 2014-15
Óleo sobre lienzo, 80x100 cm. 

 Me gusta tu método para acceder a lo que sea “la democracia”: la vía negativa. Ha sido muy empleada y es muy útil cuando abordamos algo que no es fácil de definir, positivamente. Decir: “esto es así y así y debe ser así”. Porque, para empezar, esta tarea no puede ser de uno solo, no puede ser nuestra tarea, tuya y mía. Es la tarea de “todos nosotros”, los seres humanos que van construyendo su humanidad a lo largo de la Historia; y nadie, nunca, bajo ninguna circunstancia, puede arrogarse el derecho de decir qué es lo que deber ser o cómo deberíamos vivir. Esto, como te digo, tenemos que ir descubriéndolo, juntos. ¡Cuántas sorpresas desagradables nos ha deparado la Historia cuando algunos han creído que ellos eran los depositarios del futuro humano y que los demás debían obedecer!

En esta respuesta a tu carta, me limitaré a comentar, brevemente, algunas de las propuestas (indirectas) que me has traído, procurando abrir nuevos cauces, dentro de mis posibilidades, desde esa perspectiva compartida, ese “todos nosotros” (sin ningún derecho a hacerlo, claro está; solamente, con la intención de sugerir un muestrario, donde poder escoger lo mejor entre todos, nosotros y nuestros lectores, si los hubiere).

Es claro que un sistema democrático debe dirigirse a favorecer lo propio de la naturaleza humana, que iremos descubriendo, como se ha dicho, entre todos nosotros, seres humanos presentes y futuros, progresivamente. Por lo tanto, nunca debemos creer que estamos ya, en un momento dado, en línea directa con “lo que somos”. De ahí lo acertado de la mención final de tu texto: un sistema democrático “no debe ser intocable”. No habría nada más contrario al espíritu democrático, pues, que el intentar plasmar en fórmulas legales concretas “la mejor” manera de convivir; esto nunca sería completo ni definitivo, sino que siempre sería algo que se busca juntos. De manera que, así comprendido, ¡fuera de la democracia “lo sagrado”, atrapada en una ciega y obstinada veneración! ¿Por qué no va a poder cambiarse una constitución, o bien artículos de la misma, llegado su momento? Las razones para su modificación sería lo crucial. No pueden ser, claro, razones espurias, oportunistas o interesadas, sino aquellas modificaciones que caigan por su propio peso, el de la evolución de la sociedad que guarda dichas normas fundamentales en sus instituciones.

Como apuntas, el revoltijo de capitalismo y democracia nos está jugando muchas malas pasadas. Efectivamente, el horizonte democrático y los objetivos mercantilistas casan muy mal. Y más aún, si, como sucede a menudo en nuestros días, el ritmo democrático lo marcan las corporaciones, que ya operan a nivel global, o los grandes intereses capitalistas (recordemos, la esencia primera del capitalismo: lograr a toda costa “el máximo beneficio al mínimo coste”, dejando de lado todo lo que no se oriente a la rentabilidad de tipo economicista, invadiendo los medios dinero y poder el mundo de la vida, como diría Jürgen Habermas). No solamente de “productos” o “mercancías” se alimenta la vida. Nadie puede ser más feliz por tener más pantallas, más coches, más casas o más grandes. Confundimos habitualmente el tener con el ser. Y de ahí nos viene esa búsqueda compulsiva e infinita de satisfacciones inmediatas.

Cualquier ciudadano o ciudadana (ya que no somos, solamente, clientes o usuarios), tiene el derecho y el deber, como decíamos citando a María Zambrano, de actuar como personas, capaces de pensar y actuar por sí mismas (Immanuel Kant), de participar en la vida política. Exigir responsabilidades a otros y atender a las propias. Esto requiere una madurez política, que se aprende gradualmente, no solamente en las escuelas o en las familias, sino con los ejemplos o modelos sociales de aquellos que dicen dedicarse a la política. Nos hace mucha falta una buena educación política. ¿Qué es, de verdad, la política? ¿Para qué ha de servir la política? ¿Quién debe gobernar?, como se planteaba Platón en su diálogo Politeia o de la justicia.

Todos somos ciudadanos y tenemos el derecho y el deber de participar en la vida política, como decíamos, pero, ¿cualquiera puede ser un candidato en unas elecciones o puede dedicarse a la política? Y, como apuntabas: ¿durante cuánto tiempo? Me temo que si no cambiamos, entre todos, las reglas de juego de la política actual, si no logramos revertir esos viejos usos y costumbres de la mala plasmación de la política, me temo que nuestra querida democracia esté dejando de ser, a pasos agigantados, el mejor (o el menos malo) de los sistemas políticos posibles. Y, por desgracia, esta situación está siendo aprovechada de una manera torticera e interesada por parte de algunos. Sería la manera en que podríamos caer en algo mucho peor (en las garras de lobos con la piel de cordero), como ya ha ocurrido históricamente. No me extiendo, por ahora. Seguimos hablando, querido amigo.


Antonio Sánchez


15 octubre 2025

Sobre la democracia 5/8

 


Apunta muy alto esta pretensión, amigo mío. 

En primer lugar, reconocer que la democracia es el mejor sistema de gobierno no implica que ese sistema haya llegado a su forma más depurada, ni mucho menos. Ya hemos comentado que la historia nos ha mostrado diferentes manifestaciones del sistema democrático, y algunos de ellos serían inasumibles en la actualidad.

Me vas a permitir que haga una foto en negativo de la democracia, puesto que me resulta más fácil definir lo que no es o no debe ser una democracia en nuestro tiempo.

Un sistema democrático no debe legislar contra la naturaleza profunda del ser humano. [Esto significa que todo el cuerpo legislativo debe respetar la condición natural de la vida en todas sus manifestaciones, por un lado; mientras, por otro, debe favorecer y garantizar todas las formas de cooperación posibles entre humanos, y entre humanos y otras especies.]

Solamente eso, a mi entender, tiene una serie de implicaciones ineludibles.

Un sistema democrático no debe consentir ni promover la desigualdad. [Esto es incompatible con los preceptos fundamentales del capitalismo. Un ejemplo de ello es la propiedad privada. Si reconocemos la igualdad de derechos desde un punto de vista «interespecies» solamente podemos reconocer el derecho de usufructo de los bienes; en ningún caso la propiedad privada.]

Un sistema democrático no debe reducir la participación del ciudadano al simple hecho de votar o incluso abstenerse de ello. [La calidad del sistema es directamente proporcional al nivel de compromiso individual y colectivo con la mejora del propio sistema, y de empatía hacia todas las formas de vida. Por tanto, la participación no es una opción, sino un imperativo.]

Un sistema democrático no debe entregar el poder a instituciones públicas ni mucho menos a cualquier otra organización privada. [El uso del poder ha de ser por delegación —limitada temporalmente— solamente a instituciones públicas y bajo férreo control de todos los ciudadanos. Aquí la dimensión es clave. No parece tener sentido que existan entidades que detenten un poder de ámbito planetario: gobiernos de países de más de cinco o diez millones de habitantes o empresas con un nivel de facturación mayor al PIB de muchos países. Todo debe ser de una dimensión razonable, más allá de la cual se constituyan en asociaciones o federaciones.]

Un sistema democrático no debe consentir el engaño o la falsedad. [Es una tarea muy difícil. Quizá la única forma de perseguir el engaño o la falsedad es perseguir a quienes se benefician de estas lacras. Si se pretende un cambio de ley o de normativa, la primera pregunta que debe plantearse y demostrarse es a quién beneficia. La democracia debe promover el beneficio común y solo el beneficio común.]

Un sistema democrático no debe ser cómplice de sistemas antidemocráticos, tanto en cuanto a países como a otras instituciones. [Ningún beneficio justifica esa complicidad. Sería un suicidio a largo plazo]

Y por último —de momento— un sistema democrático no debe ser intocable. [En la propia naturaleza de la democracia está la vocación de mejorar.]

Soy consciente de que esto no es más que una propuesta limitada, pero creo que ya sería un gran paso si se cumplieran estos preceptos. La foto en negativo necesita positivarse y eso te toca a ti, Antonio.

José Luis Campos




05 octubre 2025

Sobre la democracia 4/8

 

Cristóbal Toral, La espera. La espera.
Óleo sobre Lienzo. 57x70 cm. 2011-13.

Querido amigo, no temas dejarlo todo hecho añicos. La búsqueda del bien y la verdad –aunque esta búsqueda no esté de moda– muchas veces requiere poner todo un poco patas arriba, derribar las creencias asentadas por el uso inconsciente, para construir sobre unas bases más sólidas. La aparición de algo nuevo está precedida del apagarse de algo anterior. Y eso es evolución. Algo muere y algo renace de sus cenizas, como el Ave Fénix. Ningún resto de las cenizas se desperdicia, solamente se constituye en un nuevo ser. ¿Seremos nosotros capaces de propiciar este advenir, dentro de nuestras posibilidades? Si está dentro de nuestras posibilidades, claro que sí. Necesitamos nuevas formas de la vida social en la encrucijada de este tiempo.

Si leo con atención tu carta, nos salvará una nada que dé sentido a todo lo demás; y no la negación o destrucción o dominación de todo lo demás, sino la indeterminación (ápeiron, lo llamaba Anaximandro) que abre nuevas posibilidades de vivir y convivir. Para ello hay que aprender a mirar desde una conciencia abierta, atenta, receptiva, estar disponibles para ser capaces de abrazar las nuevas posibilidades. Es lo que necesitamos en estos tiempos de penuria, de indigencia vital, que diría Edmund Husserl.

Pensando en las personas que puedan leernos (estas cartas entre amigos, de más de dos amigos), convendría aclarar un poco eso que yo te decía de “nuestra naturaleza profunda” cuya tendencia natural comprendes, acertadamente, como un desarrollo simbiótico. La vida vive y sobrevive ligándose entre sí los seres que la expresan o la encarnan. Entonces, ¿cuál sería esa naturaleza profunda? Puede parecer algo inasible, y así es... No podemos reducirla a conceptos fijos; es inexpresable del todo, porque siempre está expresándose de maneras nuevas. Y sólo podemos descubrirla al ir realizándola. Pero lo que sea, eso de lo que estamos hechos (esa physis en nosotros, que decían los antiguos griegos) lo notamos en todo aquello que podemos llegar a compartir. Estamos hechos esencialmente de lo mismo, y por eso, a pesar de todos los pesares, podemos entendernos, comprendernos, sentirnos. Y actuar juntos. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin las cosas que hemos llegado a hacer, y a ser, juntos? Seguro que han predominado sobre aquellas ocasiones en las que tanto hemos destruido o nos hemos autodestruido, de lo contrario no habríamos llegado hasta aquí. Y ya tienes la simbiogénesis, de la que hablabas en tu anterior misiva, explicada de otra manera.

Lo que necesitamos hoy día, imperiosamente, es darnos cuenta de esto: que, o nos salvamos juntos, o bien, aquí no se salva nadie (tampoco los que se creen que son ricos o poderosos). Por eso, ya los antiguos griegos, descubridores por antonomasia, deducían la democracia de la naturaleza humana, como un desarrollo natural en el caso de los seres humanos, seres sociales por naturaleza, que están dotados de la palabra pensada (logos) y del sentido moral y la justicia (dike), nos decía Aristóteles. Como ves, la antigua democracia, sobre todo la ateniense, por supuesto con sus limitaciones y carencias, entendía que no podía haber un sistema político justo y viable si perdía de vista nuestra propia naturaleza como seres humanos. Si no se construía sobre la base de nuestra naturaleza, que tú también llamas “carácter humano”, cuando citas a Stuart Mill. Quizás sea éste el cambio que necesitamos. No una democracia solamente formal, en las leyes y en los papeles, sino una democracia real que satisfaga las principales y más profundas necesidades o aspiraciones humanas. Las de “todos nosotros”, que se anclan en lo que nos une y no tanto en lo que nos diferencia o separa.

Recogiendo las palabras, muy conocidas, de la pensadora veleña María Zambrano (Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”), te propongo (ya te avisé) que dialoguemos acerca de cómo podría ser una tal democracia, en la que no solamente esté permitido, sino exigido, el ser persona. Vamos a reconstruir juntos un poco, amigo José Luis, a partir de esos añicos esparcidos de la historia y la vida comunitaria. Salud.


Antonio Sánchez