Cristóbal Toral, La espera. La espera. Óleo sobre Lienzo. 57x70 cm. 2011-13. |
Querido amigo, no temas dejarlo todo hecho añicos. La búsqueda del bien y la verdad –aunque esta búsqueda no esté de moda– muchas veces requiere poner todo un poco patas arriba, derribar las creencias asentadas por el uso inconsciente, para construir sobre unas bases más sólidas. La aparición de algo nuevo está precedida del apagarse de algo anterior. Y eso es evolución. Algo muere y algo renace de sus cenizas, como el Ave Fénix. Ningún resto de las cenizas se desperdicia, solamente se constituye en un nuevo ser. ¿Seremos nosotros capaces de propiciar este advenir, dentro de nuestras posibilidades? Si está dentro de nuestras posibilidades, claro que sí. Necesitamos nuevas formas de la vida social en la encrucijada de este tiempo.
Si leo con atención tu carta, nos salvará una nada que dé sentido a todo lo demás; y no la negación o destrucción o dominación de todo lo demás, sino la indeterminación (ápeiron, lo llamaba Anaximandro) que abre nuevas posibilidades de vivir y convivir. Para ello hay que aprender a mirar desde una conciencia abierta, atenta, receptiva, estar disponibles para ser capaces de abrazar las nuevas posibilidades. Es lo que necesitamos en estos tiempos de penuria, de indigencia vital, que diría Edmund Husserl.
Pensando en las personas que puedan leernos (estas cartas entre amigos, de más de dos amigos), convendría aclarar un poco eso que yo te decía de “nuestra naturaleza profunda” cuya tendencia natural comprendes, acertadamente, como un desarrollo simbiótico. La vida vive y sobrevive ligándose entre sí los seres que la expresan o la encarnan. Entonces, ¿cuál sería esa naturaleza profunda? Puede parecer algo inasible, y así es... No podemos reducirla a conceptos fijos; es inexpresable del todo, porque siempre está expresándose de maneras nuevas. Y sólo podemos descubrirla al ir realizándola. Pero lo que sea, eso de lo que estamos hechos (esa physis en nosotros, que decían los antiguos griegos) lo notamos en todo aquello que podemos llegar a compartir. Estamos hechos esencialmente de lo mismo, y por eso, a pesar de todos los pesares, podemos entendernos, comprendernos, sentirnos. Y actuar juntos. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin las cosas que hemos llegado a hacer, y a ser, juntos? Seguro que han predominado sobre aquellas ocasiones en las que tanto hemos destruido o nos hemos autodestruido, de lo contrario no habríamos llegado hasta aquí. Y ya tienes la simbiogénesis, de la que hablabas en tu anterior misiva, explicada de otra manera.
Lo que necesitamos hoy día, imperiosamente, es darnos cuenta de esto: que, o nos salvamos juntos, o bien, aquí no se salva nadie (tampoco los que se creen que son ricos o poderosos). Por eso, ya los antiguos griegos, descubridores por antonomasia, deducían la democracia de la naturaleza humana, como un desarrollo natural en el caso de los seres humanos, seres sociales por naturaleza, que están dotados de la palabra pensada (logos) y del sentido moral y la justicia (dike), nos decía Aristóteles. Como ves, la antigua democracia, sobre todo la ateniense, por supuesto con sus limitaciones y carencias, entendía que no podía haber un sistema político justo y viable si perdía de vista nuestra propia naturaleza como seres humanos. Si no se construía sobre la base de nuestra naturaleza, que tú también llamas “carácter humano”, cuando citas a Stuart Mill. Quizás sea éste el cambio que necesitamos. No una democracia solamente formal, en las leyes y en los papeles, sino una democracia real que satisfaga las principales y más profundas necesidades o aspiraciones humanas. Las de “todos nosotros”, que se anclan en lo que nos une y no tanto en lo que nos diferencia o separa.
Recogiendo las palabras, muy conocidas, de la pensadora veleña María Zambrano (“Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”), te propongo (ya te avisé) que dialoguemos acerca de cómo podría ser una tal democracia, en la que no solamente esté permitido, sino exigido, el ser persona. Vamos a reconstruir juntos un poco, amigo José Luis, a partir de esos añicos esparcidos de la historia y la vida comunitaria. Salud.
Antonio Sánchez
Mientras leía esta última entrega sobre la democracia me vino a la memoria una frase aforística del escritor mexicano Juan Rulfo. Dice: "Nos salvamos juntos
ResponderEliminaro nos hundimos separados".
Rulfo la escribió en un texto llamado "México y los mexicanos". Esta frase me ha hecho reflexionar en diferentes ocasiones y, creo que se puede aplicar tanto a la vida socio-política como a la vida privada de pareja.
Sobre todo admiro a Rulfo por su espléndida obra literaria precursora del realismo mágico, y también por sus ideas sobre el valor de la interdependencia y la solidaridad entre los pueblos, que (al menos para mí) es lo mismo que decir entre los hombres. ¿Por qué quiénes forman los pueblos sino son los hombres y las mujeres?
El bienestar y el progreso de una comunidad o de una sociedad en su conjunto depende de la unión y del esfuerzo colectivo de sus miembros. Una verdadera y sólida comunidad sólo podrá construirse si se basa en el respeto a las diferencias, y sobre todo si se fundamenta en la justicia: la eliminación del hambre, la opresión, la igualdad de derechos... y si los individuos que la conforman son "persona", como venía a decir María Zambrano.
Las bases que se necesitan para construir una verdadera comunidad son, en mi opinión, las mismas que se necesitan para construir un buen sistema democrático, y ya lo decía el antiguo dicho que aparecía en los escritos de Homero: "La unión hace la fuerza". Dicho que se ha mantenido a lo largo de la historia y actualmente aparece en los escudos de armas de países como Bélgica, Malasia, Haití, Bulgaria...