Fuente Hondera (Capileira)

25 noviembre 2025

Sobre la educación 1/6

 


Querido amigo Antonio

No hay pueblo que se precie si en sus anales no aparece la figura de un holandés errante. Yo tuve ocasión de conocer a uno llamado Raymond que vino por aquí, por Instinción, para ayudarnos a reforestar, y todavía recuerdo que en una de nuestras conversaciones me explicaba sus vivencias por África (no sería un auténtico holandés errante si no hubiera pisado tierras africanas). 

Hablábamos de la educación y me decía que había conocido aldeas remotas sin escuela y aldeas remotas con escuela. En las aldeas sin escuela la educación corría a cargo de la tribu —de la comunidad—; en las aldeas con escuela era esta en exclusiva la que ejercía la función educativa. Lo más curioso es que los niños que conoció en cada una de ellas eran totalmente diferentes. Los niños de las aldeas sin escuela eran respetuosos con los mayores, con las tradiciones y consideraban que todo aquello que formaba parte de su cultura esencial en sus vidas. En las aldeas con escuela, los niños estaban perdiendo el arraigo y el respeto por su cultura y sus mayores; solo pensaban en salir de allí en busca de un mundo mejor.

Esta reflexión me impactó profundamente. Nunca lo había pensado. Es cierto que cualquiera que haya leído las teorías de Ivan Illich acaba considerando a la institución escolar parte del problema más que de la solución. Es mi caso. Pero desde esta perspectiva nueva era fácil comprender hasta qué punto una institución sobrevenida suplanta la autoridad de la comunidad y se apodera de algo tan sensible.

No es extraño descubrir que una educación hiperespecializada, hiperprofesionalizada, hiperburocratizada, hipercompetitiva no puede, aunque quiera, formar personas integradas en su comunidad, soberanas de su existencia, capaces de responder con sobriedad y frugalidad ante sus necesidades. Quizás por eso los movimientos de renovación pedagógica han fracasado rotundamente, porque es una contradicción en sí misma pretender que la escuela sea liberadora, conciliadora o integradora. Para ello debería dejar de ser lo que es.

Probablemente la contribución más valiosa que podrían hacer las corrientes de pensamiento de renovación pedagógica sería cómo restituir la educación a la comunidad sin perder la complejidad del corpus del saber que en estos momentos se está transmitiendo en las aulas. Entendiendo que el saber ancestral se recuperaría por completo.

No es fácil. No nos planteamos objetivos fáciles, amigo. Pero es muy probable que seguir como hasta ahora nos conduzca a una situación indeseable o irreversible; es decir, tampoco será fácil. Así que una por otra, prefiero probar soluciones nuevas y arriesgarlo todo. ¿No te parece?

José Luis Campos


15 noviembre 2025

Sobre la democracia 8/8

Cristóbal Toral, La abdicación, 2014
(dimensiones variables) Escultura - instalación estudio

Querido amigo, José Luis,

en tu anterior carta veo dos partes bien diferenciadas: en la primera, indicas algunas cuestiones referidas al funcionamiento de las democracias actuales, y en la segunda, apelas a la necesidad humana de vivir desde de un relato que nos aporte la esperanza suficiente para poder vivir bien. Trataré de referirme a ambos asuntos, pero con la conciencia de que ser exhaustivos nos llevaría todavía algunas cartas más...

Volvemos a un argumento anterior: cualquier ciudadano tiene el derecho (y el deber) de ejercer la política. Y todo ciudadano está capacitado para ello. Así es. Esto ya lo sabían por experiencia quienes experimentaron por primera vez la democracia, los ciudadanos atenienses, protagonistas del aquel experimento social e histórico que duró, con breves paréntesis autoritarios, más de doscientos cincuenta años, si contamos desde las reformas de Solón. La democracia supone una confianza plena en las capacidades de los propios ciudadanos para poder gobernarse. Y sabemos, por experiencia, que cuando esta confianza en las capacidades del ciudadano medio decae, comienza a abrirse la puerta de entrada para los autoritarismos, totalitarios o autocráticos. Se convierte en la escusa propiciatoria: “(el pueblo, ellos) no son capaces de gobernarse a sí mismos y necesitan de alguien que los dirija, y... aquí estamos yo/nosotros para poder gobernarlos”.

Ahora bien, no hablábamos de habilidades prácticas o conocimientos, que pueden ser aprendidos de otros, como bien dices. Cuando hablábamos de educación política y nos preguntábamos ¿quién debe gobernar?, nos referíamos a otra cosa: al desarrollo de las virtudes políticas o ciudadanas (personales y sociales) que fortalezcan un sistema democrático orientado al bien común, hacia lo mejor de que seamos capaces en cada momento histórico. “Demokratía”, ya en el famoso discurso fúnebre de Pericles, no significa verdaderamente “el gobierno del pueblo”, sino el gobierno “a favor (o al servicio) del pueblo”. Por eso, en su diseño de un estado justo (con sus carencias; igual que las tenía la democracia griega y que son de todos conocidas: no todas las personas eran ciudadanos, ni los esclavos, ni las mujeres, ni los metecos), nos decía Platón que debe gobernar, o ejercer responsabilidades públicas, quien menos desea gobernar. Es decir, que se ejercen dichas responsabilidades públicas o políticas por deber o responsabilidad y no por el interés propio, del tipo que sea. Y en esto hemos de formarnos, si queremos ejercer un cargo público como ciudadanos: la comprensión de la política como un servicio público y no otra cosa, como abunda en nuestros días.

Hablas de los partidos políticos. Ay, esto daría para mucho... Como insinúas, es posible que los partidos políticos sean las instituciones menos democráticas que conocemos actualmente. Y esto es una desgracia porque, en lugar de ser un medio para servir de cauce a ideas, opciones y propuestas, encaminadas a la resolución de los problemas de la vida comunitaria y de los conflictos entre comunidades, resulta que los partidos políticos se han convertido, en la práctica de la política diaria, en el principal escollo para resolver dichos problemas y conflictos. Diríase que los partidos políticos plasman, con sus hechos, una sola ideología (aunque en la superficie aparezca otra cosa): son todos conservadores en el fondo, pues tratan, denodadamente, de conseguir el poder a toda costa y luego mantenerlo como sea, siguiendo a menudo el principio maquiavélico de “el fin justifica los medios”, desconociendo cómo los medios empleados pueden llegar a pervertir la finalidad perseguida. Son diferentes los partidos políticos, sí, pero sus prácticas y estrategias se parecen tanto como se parecen entre sí los hermanos gemelos, o cuando menos, mellizos. Basta que uno se fije, no solamente en lo que dicen públicamente, sino en lo que hacen. O, incluso, si escuchamos con distancia sus reacciones e intentos de defenderse de acusaciones, por ejemplo, acusaciones de corrupción política. En fin, que los partidos merecerían un capítulo aparte, y lo más importante, una intensa reforma sobre sus finalidades y su organización interna, si queremos vivir en una democracia de calidad.

Tú lo has dicho claramente: ¿quiénes son las personas que ascienden en la jerarquía de los partidos políticos?, ¿cómo alcanzan las cúpulas de los partidos o son nombrados candidatos en las elecciones? No parece que sean sus capacidades para contribuir al bien común o sus cualidades para cumplir con el servicio público que debería ser la política, como hemos dicho, las que determinan habitualmente quiénes llegan a ostentar los cargos públicos o en sus respectivos partidos; más bien, parece regir una especie de selección natural (o cultural, mejor dicho): todas aquellas personas valiosas que podrían aportar mucho a la comunidad, pero que no casan (o no se casan) con los usos y costumbres (manera suave de referirnos a la selva interna) de los partidos políticos, esas personas, decíamos, se van cansadas cuando comprueban que sus propuestas se estrellan contra un muro impenetrable, o bien, las apartan o las echan siguiendo estrategias rastreras como las que tú señalas u otras más sutiles. De manera que los que se quedan y perseveran, durante años y años en los partidos políticos al uso, no es que sean iguales, como reza el tópico popular del desarraigo político entre la ciudadanía, no son iguales, pero están cortados por la misma tijera, en la mayoría de los casos. No son iguales, pero actúan de un modo equivalente, mutatis mutandi. Siento decirlo así, pero es la evidencia que se observa.

Y, ya para acabar esta larga carta, vamos ahora con el tema del relato que necesitamos, para que podamos sentir el mundo con sentido. Veo muy adecuado tu desarrollo, y no me extenderé por lo tanto en esta cuestión. Solamente, haré un par de comentarios dejando el espacio suficiente para el lector o la lectora. Filosofía es lo que estamos haciendo aquí, puesto que su núcleo es el diálogo lúcido y consciente: lo que tratamos de hacer nosotros y con nuestros potenciales lectores. Así que la filosofía nunca queda fuera de lugar, porque lo filosófico no son las respuestas, solamente, sino el modo en que se ha accedido a ellas, la actitud filosófica; y esto puede ser recogido en preguntas, que no solamente son preguntas, sino modos nuevos de mirar lo que vivimos. ¡Y si hay que decir que el emperador está desnudo, pues lo decimos con todas sus letras y toda su entonación! Lo más importante como seres humanos es poner conciencia en todo aquello que vivimos, tanto en lo privado como en lo público.

Y esta lucidez, siempre renovada y atenta, es la que nos catapulta hasta la esperanza: cuando somos capaces de ver (un poco) más claro quiénes somos y cómo queremos vivir como sociedades humanas en este planeta único, entonces, esta “narrativa”, que no es una narrativa, sino una actitud que genera nuevas narrativas, entonces, la esperanza se va abriendo camino en la vida. Como ahonda María Zambrano, en el capítulo “Las raíces de la esperanza” de su libro Los bienaventurados, la esperanza sostiene a la vida y la confianza sostiene a la esperanza (como decíamos al comienzo de esta carta: confianza en los demás, en el fondo de sus cualidades, una confianza básica en la vida, que puede ejercitarse); por su parte, la esperanza se desarrolla a través de estos dos pasos, la aceptación y la ofrenda, que consisten en recibir y dar, respectivamente, como en el movimiento del corazón, como en el movimiento de la respiración. ¿Te gusta este relato, para un futuro mejor de la humanidad? Sigamos hablando, pues, nosotros de los medios necesarios para un tal aprendizaje de la esperanza. Y en ese caso, hasta la vuelta, querido amigo.


Antonio Sánchez

05 noviembre 2025

Sobre la democracia 7/8

 



En principio creo que cualquiera, por el mero hecho de ser ciudadano o ciudadana, tiene derecho a ejercer la política. Es evidente que en un principio casi nadie posee la preparación objetiva necesaria para participar en las instituciones. Esto es más o menos como formar parte de un jurado: está por encima de nuestras capacidades. Pero aquellos que se interesan honestamente por su responsabilidad acaban aprendiendo, y el poder de arrastre del grupo tiene mucho que ver en ello. No me preocupa, por tanto, la posibilidad de que lleguen a la política personas que no están capacitadas, porque es un proceso.

Sí me preocupa, en cambio, el hecho de que se haya establecido un sistema en el que el ejercicio de la política está totalmente condicionado al dictado de los partidos. Esto no es admisible por dos razones: primera porque la representación corresponde al cargo electo y este debe defender los intereses de sus electores sin cortapisas o influencias; segundo porque los partidos políticos deberían ser organizaciones con un funcionamiento irreprochablemente democrático, cosa que no ocurre en la mayoría de los casos.

En cuanto a la influencia que ejercen sobre dichos partidos todo tipo de poderes fácticos, creo que ya hemos apuntado bastantes cosas en las anteriores cartas.

Dicho esto, hay algo que me preocupa mucho más. No sé si has detectado que cuando alguien trata de ejercer como político de manera rotundamente honesta, la mayor parte de las instituciones y los compañeros van contra su labor de manera frontal, sin miramientos. Incluso, en el caso de no encontrar razones o evidencias que les desacrediten, inventan falsedades que hagan descarrilar su trayectoria. Y aquí es donde llega un elemento que me ha hecho pensar mucho últimamente: el relato.

Los humanos, desafortunadamente, tenemos una tendencia aguda a sentir ansiedad cuando no tenemos un mapa en las manos. Lo digo en sentido figurado, claro. Cuando digo mapa, digo explicación de las cosas y unas indicaciones claras de por dónde irá nuestro camino. Llevamos toda una historia —la de la humanidad— explicando la moral a través de narrativas, y en los últimos decenios esas narrativas han hablado del valor del éxito individual, de la necesidad del disfrute, de la disponibilidad ilimitada de recursos —dios proveerá— o de la identidad de los vencedores y de los vencidos. Es la narrativa del cine, de la televisión, etc.

No importa lo que diga la filosofía (lo siento, amigo). Lo que la gente piensa está perfectamente sincronizado con la narrativa imperante. Y eso hace que sea muy fácil desacreditar a cualquiera que defienda un cambio de paradigma: todo el mundo va a sospechar que esconde algo.

En realidad, no podemos comenzar por mejorar el sistema democrático; tenemos que empezar por imponer una narrativa que constituya el nuevo mapa para los ciudadanos. Y explicar en esa narrativa lo que somos, lo que deberíamos ser y cómo deberíamos llegar a ese objetivo. Con una narrativa sencilla que entienda cualquiera, con un final feliz, con un buen baño de esperanza. Por que la verdad puede ser muy valiosa y podemos defenderla a capa y espada, pero si nos dice que vamos hacia el fin del mundo, puede que nadie quiera subirse a ese carro.

Tal vez entonces entendamos el valor de muchas cosas que ya estaban ahí, escondidas, acalladas. Cosas que todo el mundo sabía, pero nadie se atrevía a decir: «¡El rey está desnudo!». (Gracias, Michael…). 

Para querer, hay que creer primero; no en un sentido de fe, sino de convicción. Una convicción sustentada en el análisis, en el compromiso y, sobre todo, en la esperanza. Reconozco que solo con el análisis y el compromiso también se puede avanzar, pero es muy duro avanzar sin esperanza.

Narradores, cuentistas, guionistas, divulgadores, es hora de que nos ayudéis a mejorar este mundo. Sin vosotras, sin vosotros, no va a ser posible, creedme.

José Luis Campos