En principio creo que cualquiera, por el mero hecho de ser ciudadano o ciudadana, tiene derecho a ejercer la política. Es evidente que en un principio casi nadie posee la preparación objetiva necesaria para participar en las instituciones. Esto es más o menos como formar parte de un jurado: está por encima de nuestras capacidades. Pero aquellos que se interesan honestamente por su responsabilidad acaban aprendiendo, y el poder de arrastre del grupo tiene mucho que ver en ello. No me preocupa, por tanto, la posibilidad de que lleguen a la política personas que no están capacitadas, porque es un proceso.
Sí me preocupa, en cambio, el hecho de que se haya establecido un sistema en el que el ejercicio de la política está totalmente condicionado al dictado de los partidos. Esto no es admisible por dos razones: primera porque la representación corresponde al cargo electo y este debe defender los intereses de sus electores sin cortapisas o influencias; segundo porque los partidos políticos deberían ser organizaciones con un funcionamiento irreprochablemente democrático, cosa que no ocurre en la mayoría de los casos.
En cuanto a la influencia que ejercen sobre dichos partidos todo tipo de poderes fácticos, creo que ya hemos apuntado bastantes cosas en las anteriores cartas.
Dicho esto, hay algo que me preocupa mucho más. No sé si has detectado que cuando alguien trata de ejercer como político de manera rotundamente honesta, la mayor parte de las instituciones y los compañeros van contra su labor de manera frontal, sin miramientos. Incluso, en el caso de no encontrar razones o evidencias que les desacrediten, inventan falsedades que hagan descarrilar su trayectoria. Y aquí es donde llega un elemento que me ha hecho pensar mucho últimamente: el relato.
Los humanos, desafortunadamente, tenemos una tendencia aguda a sentir ansiedad cuando no tenemos un mapa en las manos. Lo digo en sentido figurado, claro. Cuando digo mapa, digo explicación de las cosas y unas indicaciones claras de por dónde irá nuestro camino. Llevamos toda una historia —la de la humanidad— explicando la moral a través de narrativas, y en los últimos decenios esas narrativas han hablado del valor del éxito individual, de la necesidad del disfrute, de la disponibilidad ilimitada de recursos —dios proveerá— o de la identidad de los vencedores y de los vencidos. Es la narrativa del cine, de la televisión, etc.
No importa lo que diga la filosofía (lo siento, amigo). Lo que la gente piensa está perfectamente sincronizado con la narrativa imperante. Y eso hace que sea muy fácil desacreditar a cualquiera que defienda un cambio de paradigma: todo el mundo va a sospechar que esconde algo.
En realidad, no podemos comenzar por mejorar el sistema democrático; tenemos que empezar por imponer una narrativa que constituya el nuevo mapa para los ciudadanos. Y explicar en esa narrativa lo que somos, lo que deberíamos ser y cómo deberíamos llegar a ese objetivo. Con una narrativa sencilla que entienda cualquiera, con un final feliz, con un buen baño de esperanza. Por que la verdad puede ser muy valiosa y podemos defenderla a capa y espada, pero si nos dice que vamos hacia el fin del mundo, puede que nadie quiera subirse a ese carro.
Tal vez entonces entendamos el valor de muchas cosas que ya estaban ahí, escondidas, acalladas. Cosas que todo el mundo sabía, pero nadie se atrevía a decir: «¡El rey está desnudo!». (Gracias, Michael…).
Para querer, hay que creer primero; no en un sentido de fe, sino de convicción. Una convicción sustentada en el análisis, en el compromiso y, sobre todo, en la esperanza. Reconozco que solo con el análisis y el compromiso también se puede avanzar, pero es muy duro avanzar sin esperanza.
Narradores, cuentistas, guionistas, divulgadores, es hora de que nos ayudéis a mejorar este mundo. Sin vosotras, sin vosotros, no va a ser posible, creedme.
José Luis Campos
Creo que sí debe haber unidad en los partidos y que debe trabajarse en ese sentido: que se respeten los acuerdos firmados, las actas firmadas, los programas firmados. Esa es la línea. En cuanto al relato, desconfío. Un relato mil veces repetido puede ser creído siendo enteramente falso. Ejemplos no faltan. Hace falta más grupo y menos individualidad, más gente sin ganas de destacar y con más ganas de arrimar el hombro anónimamente.
ResponderEliminarFrancisco Ortiz.