Fuente Hondera (Capileira)

25 septiembre 2025

Sobre la democracia 3/8


Amigo Antonio, hace unos días he leído algo que me ha ayudado a dar luz a estas reflexiones. Es curioso cómo encajan algunas cosas cuando la búsqueda se pone en marcha. Rescato la idea de tu última carta de que, «cuando necesitamos dominar a otros, traicionamos nuestra propia naturaleza profunda, ejerciendo violencia sobre ella y, acto seguido, sobre los demás en forma de resentimiento».

Pero ¿cuál es nuestra naturaleza profunda? Desde hace siglos consideramos que la historia natural, la evolución, se ha regido por un proceso de selección natural —darwinismo— que parecía dar una justificación biológica a una sociedad basada en la competencia. No todos los pensadores han estado de acuerdo, desde luego. Vale la pena resaltarexcepciones como las de Kropotkin y su idea del «apoyo mutuo» como motor de evolución social. Pero la idea dominante, sin duda, ha sido la competencia como base para una selección social.

Pues bien, resulta que leo una cita de Lynn Margulis, y dice que «todos los organismos visibles son producto de la simbiosis sin excepción, y que las bacterias son la unidad». Resulta que no todo era competir, que la simbiosis es el principal motor de la evolución. 

Venimos de la simbiogénesis. Esta es nuestra naturaleza profunda.

Ahora vuelvo a tus palabras. Me dices que «poder es potencia, y esta es, como descubrieron Spinoza y Nietzsche, voluntad de ser, una inquietud profunda que nos lleva a desarrollar nuestras potencialidades (cualidades o capacidades) todo lo que podamos. Cada uno de los seres persevera en su ser, y ese esfuerzo no es sino su esencia propia, Spinoza dixit».

Según veo, la esencia propia de cada ser es buscar la manera de «simbiotizarnos», de encontrar otros organismos con los que crear una nueva unidad de ser. Socialmente creo que esto refrenda la postura de Kropotkin más que la del darwinismo, ¿no te parece? Solo ese proceso puede realmente desarrollar nuestras potencialidades.

En estos tiempos, si queremos ser fieles a esa naturaleza profunda, si queremos superar el poder de la violencia que está desatando una sociedad de espaldas a esa naturaleza profunda, no veo otra solución que no sea la simbiosis. Buscar células de resistencia de las que formar parte, en las que se puedan desarrollar nuestras potencialidades, en las que podamos perseverar en nuestro ser.

Y esto me lleva a otra cita de mis lecturas de estos días. Decía Stuart Mill que una auténtica democracia exige un cambio radical en el carácter humano. Es indudable que la democracia actual nada tiene que ver con la que nació en Grecia. Entonces la democracia no coexistía con el Capitalismo y en ella no tenían cabida las mujeres. Eso demuestra que no hay una sola democracia. La nuestra, la actual, necesita de ese cambio radical en el carácter humano, necesita dejar de dar la espalda a nuestra naturaleza profunda que, por cierto, quiero dejar muy claro que no es la de someterse sino la de simbiotizarse. Y necesita, por extensión, dejar de dar la espalda a la vida en general, para que toda forma de vida pueda desarrollar su voluntad de ser, su potencial.

Tengo la sensación de que la gran mentira a la que hemos llegado es creer que somos algo diferente, que gobernamos sobre todo lo demás. Esa es la herencia de nuestro poder: la garantía de que somos capaces de conquistar la nada, de destruir la naturaleza profunda de lo que somos y de los que nos rodea.

Perdona, Antonio. Quizá te toque a ti buscar ahora caminos por los que poder transitar hacia la construcción de una nueva realidad. Yo lo he dejado todo hecho añicos.



15 septiembre 2025

Sobre la democracia 2/8


Cristóbal Toral, D ́ Après La Familia de Carlos IV,
1974-75. Óleo sobre lienzo.  212x240 cm.

Querido amigo, José Luis:

Me alegro mucho de poder continuar con estas, nuestras, conversaciones. A dos bandas, pero creo que tenemos detrás, a nuestras espaldas, entera a la humanidad. Y no me refiero a que nosotros la representemos, cosa imposible, pues solamente somos dos farolillos en la noche. Más bien habría que decir que es la humanidad (algo de ella) lo que puede llegar a expresarse a través de nosotros. Me hablas del poder, pero no sé si seré capaz de centrarme completamente en el tema, del que me pides mi perspectiva para conjugarla con la tuya... Me va a resultar difícil separarme de los últimos y tristes avatares de la política de nuestro país, a la que yo llamaría más que política, politiqueo. Trataré de centrarme, pero no te aseguro que no permanezca dicho trasfondo, que venimos sufriendo como ciudadanos, al menos en las últimas décadas, de una ilusoria alternancia política. Ya te advierto, desde ahora, que lo que diga en esta dirección, estableciendo un juicio crítico sobre la democracia que vivimos o sufrimos, lo haré (y te pediría que así lo hiciéramos) según he apuntado antes, como ciudadano, poniéndome (poniéndonos) en el lugar de la ciudadanía. Una ciudadanía crítica y madura. Mayor de edad, como diría Immanuel Kant. Precisamente, lo que “todos nosotros” sabemos por experiencia pero solemos hablar únicamente en pequeños grupos.

Nos propones que hablemos (por ahora) del poder. Pues venga, vamos a ello. Lo primero, ¿qué es el poder? Tú lo dices bien... poder es potencia, y ésta es, como descubrieron Spinoza y Nietzsche, voluntad de ser, una inquietud profunda que nos lleva a desarrollar nuestras potencialidades (cualidades o capacidades) todo lo que podamos. Cada uno de los seres persevera en su ser, y ese esfuerzo no es sino su esencia propia, decía Spinoza. Y esto, sin más, es lo natural. Ahora bien, el poder del que hablamos, y que nos preocupa creo yo, es el poder que necesita para desarrollarse del dominio sobre (o la posesión de) los otros. Lo que no deja de ser una debilidad (para la cual el propio sujeto suele estar ciego) de quien ejerce el poder así entendido y lo lleva a la práctica en la forma de agresividad u hostilidad, más o menos velada.

Como bien dices, despojar al otro de su capacidad para desarrollar su potencial (su ser) es una calamidad (social e individual, cultural...). Existe una gran diferencia entre las comunidades que hacen posible (crean las condiciones mínimas para) que cada miembro se esfuerce en dar lo mejor de sí, aportar al grupo lo mejor de sus capacidades, frente a aquellos conglomerados sociales que las coartan, reprimen o las redirigen hacia el poder de unos pocos o de uno solo. En mi vida profesional he pasado por muchos centros educativos y puedo asegurarte, por experiencia, que eso es así; y puede apreciarse en las diferencias abismales que puede haber entre unos y otros centros educativos (o des-educativos según los casos).

Así pues, ¿qué comunidad humana puede ser mejor para vivir, para convivir? Pues se deduce de lo dicho: aquella que sea capaz de sacar lo mejor de sus miembros (y no lo peor), de manera que todos puedan contribuir, cada uno según sus capacidades y cada uno desde sus propias necesidades, al bien común. Y no otra es la definición de justicia o vida social justa. Éstas podrían ser las mimbres de una comunidad duradera y no los golpes sutiles para su autodestrucción a medio o largo plazo, o bien, para convertir el espacio social en un generador continuo de malestar o de violencia. Porque hay una violencia de base, que atenta contra nuestra naturaleza como seres vivos: cuando yo no puedo desarrollar lo que soy, porque se me impide y lo reprimo, esto es violencia; cuando necesito dominar a otros para sentirme más yo mismo, esto es violencia. En este caso, traiciono mi propia naturaleza profunda, ejerzo violencia sobre ella, y acto seguido, sobre los demás en forma de resentimiento (de nuevo, Nietzsche). Pero, querido amigo, en este mundo que vivimos, ¿cuántos dirigentes políticos (o de otros sectores) no actúan así? Esto me preocupa, realmente. Espero con ansias tu respuesta.

Ahora bien, también te digo, sobre la pregunta que me lanzas al final de tu carta, que buena parte de lo que nos sucede en la actualidad, desde el punto de vista político, viene derivado del olvido de nuestro propio poder como comunidades humanas frente a un poder establecido que solamente se mira a sí mismo (alcanzarlo como sea y perpetuarse en él como sea), un modo narcisista de ejercer el poder; un poder, por lo tanto, de raíz enfermo. Disculpa la crudeza. Pero nos va mucho en ello. Salud.


Antonio Sánchez

05 septiembre 2025

Sobre la democracia 1/8

 




Querido amigo,

todo parece indicar que estamos siendo testigos de una época oscura que recordaremos con incredulidad. El menosprecio por el conocimiento y el ensalzamiento de los líderes autoritarios es algo que el mundo ya ha conocido, con resultados absolutamente dramáticos. 

¿Cómo está siendo esto posible? 

Reconozco que es difícil no sentir impotencia ante una involución semejante. Uno se siente impotente cuando no detenta el poder suficiente para influir en ello, sea lo que sea el «ello». Pero, si te soy sincero, he de reconocer que mi relación con el poder nunca ha sido fluida. No me refiero al hecho de que otros detenten el poder y yo tenga que sufrir las consecuencias de esa jerarquía —porque cuando alguien tiene el poder, lo ejerce—. Me refiero al hecho de que yo nunca haya deseado disponer de esa herramienta. 

Supongo que habrá razones para explicar esa actitud, y reconozco que me aliviaría saberlas, pues no facilita las cosas el hecho de estar permanentemente bajo el yugo de individuos e instituciones palmariamente incompetentes cuya única razón de ser en esta vida ha sido justamente eso, detentar el poder.

Me pregunto —te pregunto— qué es el poder, en realidad. ¿Es posible el poder sin algún grado de sumisión o dominación? ¿Es el poder una perversión del orden natural? ¿Es compatible el poder con el apoyo mutuo? ¿Cómo garantiza su supervivencia? ¿Es inseparable el poder de la promesa de opulencia?

Sospecho que, como ferviente defensor de la cooperación, no me sentiría demasiado cómodo en una situación en la que se disfrutara de una ventaja jerárquica basada en la sumisión o la dominación, aunque fueran estas inconscientes. Solo se me ocurre una razón para que la civilización haya preferido ese esquema de relaciones: es más eficiente a la hora de tomar decisiones. Pero eso no garantiza que desde esa posición las decisiones que se tomen sean acertadas —ya no digo justas, que también—.

Lo cierto es que hay una buena razón para no pretender someter o dominar a nadie: es que de ese modo despojamos al otro de la capacidad de desarrollar su potencia, y nos negamos a nosotros mismos los posibles beneficios de contar con ella. No conozco ningún ejemplo en la naturaleza en el que las posibilidades de desarrollo de un potencial sean conculcadas sistemáticamente en favor de un debilitamiento de ese potencial en el seno de una misma especie. Porque eso solo ocurre cuando el beneficio individual se impone al colectivo.

El poder es incompatible con el apoyo mutuo. Ni siquiera el poder institucional respeta las condiciones necesarias para el apoyo mutuo. Las instituciones que lo respetan son las instituciones convivenciales. Estas no ejercen poder, sino arbitraje.

El éxito del poder está en la velocidad a la que ejecuta sus acciones y en la eterna promesa de opulencia para quien lo ejerce y quien lo apoya. Su debilidad radica en la carencia total de proceso crítico, de análisis, de mejora y, sobre todo, en prescindir del talento de los irredentos y de los sometidos.

El problema es que su derrota suele llegar con un legado incalculable de destrucción.

¿Qué podemos, qué debemos hacer, amigo mío?


José Luis Campos

25 agosto 2025

Sobre el sufrimiento 8/8

 

Entrando en Capileira
Óleo sobre lienzo. 195x165cm. 2023 
Berto Martínez Tello

Es posible, sí, que hayamos llegado a una playa tranquila, donde reposar de las inclemencias del vivir desconectado de nuestro propio ser. Pero este locus amoenus no es un lugar, porque no está fuera, como tú, querido amigo, nos has puesto delante de los ojos para verlo, citando a Salvador Paniker.

Ésta sí que es la mayor ignorancia y, por lo tanto, el origen de nuestros sufrimientos más básicos, que acaban arrastrando al resto de sufrimientos de la vida cotidiana. La angustia básica. La separación de uno mismo, ser fruto desgajado. Un vacío negativo, impulsado por el miedo y los deseos, que nos arrastra hacia la depresión, la inseguridad o la tensión. Un malestar subterráneo que sentimos y que no reconocemos por qué lo sentimos, que nos lleva a vivir sin vivir, a ser sin ser, a iniciar una huida hacia adelante... buscando sustitutos o distracciones, atesorando, obligándonos, poseyendo, dominando o dejándonos dominar por otros. Esa búsqueda de una “autoridad exterior”, de la que hablas, toda vez que nos hemos desconectado de la nuestra, única, propia, inmarcesible, autoridad interior, que nos dona independencia, autonomía, disponibilidad, libertad, creatividad. Criterio propio. Esa fuente de autenticidad personal que los indúes han llamado “conciencia-testigo” y los estoicos “principio rector” o hegemonikon.

¡Qué bien se está en esta playa tranquila, mecidos por las olas, siendo conscientes de las olas, del aire que rodea nuestro cuerpo y lo acaricia, de nuestro cuerpo, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, de nuestras reacciones... de dónde y por qué nos vienen! Que yo soy eso y no soy eso. Que yo soy quien se da cuenta de sí, mientras piensa, siente o hace. Y que esto sólo requiere cultivarse. Porque siempre está ahí, porque siempre ha estado aquí, pero lo habíamos olvidado. Nuestra época necesita esta re-apropiación fundamental. En términos de Ortega y Gasset, el verdadero tema de nuestro tiempo sería descubrir quién soy yo. Y des-cubrir no es inventar o crear, sino quitar las capas de ignorancia, los obstáculos que cubren el fondo de luz, para que reluzca.

“Abandone todas las preguntas excepto una: «¿quién soy yo?». Después de todo, el único hecho del que usted está seguro es que usted es. El «yo soy» es cierto. El «yo soy esto» no. Esfuércese en encontrar lo que usted es en realidad.” Esto nos aconseja el sabio Sri Nisargadatta Maharaj y, con él, todas las tradiciones sapienciales de culturas diversas. Pero esto no es lo que se sabe, o se sabía desde antiguo, sino lo que ha sido experimentado una y otra vez, y nosotros podemos llegar a experimentar por nosotros mismos.

Solicitas un método y una nueva educación. Y para ese camino o vía (“methodos”) no hay que desplazarse, sino arribar. No hay que salir de sí, sino soltar todo lo que nos está ahogando y reconocernos. No ir, sino regresar. Descansando en el silencio que somos, desde donde emergen todas nuestras posibilidades de ser y de vivir. Y claro, evitar el error que nos ha consumido en nuestra prepotente civilización moderna: convertir una experiencia en una idea o un objeto, lo interior en exterior, sustituir el ejercicio por un saber o una representación teórica. Un eje nuevo para una educación de nuestro tiempo. ¡Imagina escuelas en donde la meditación, la música, la inteligencia emocional, la filosofía practicada o la escritura creativa fueran las asignaturas! ¡Imagina de adultos, qué ingenieros, médicos, políticos, científicos o profesionales de cualquier tipo! Porque los problemas que nos acucian en nuestro tiempo no son el problema, sino la madurez de los sujetos que han de enfrentarse a ellos, su grado de desarrollo de la conciencia. Salud, para que lo veamos.


Antonio Sánchez

15 agosto 2025

Sobre el sufrimiento 7/8

Nono a la sombra
Óleo sobre lienzo 190 x 190 cm. 2023
Berto Martínez Tello

Querido amigo, en este preludio de las calores que han de venir todavía es posible degustar con gran placer la sal y los condimentos de los pensamientos que desgranas. Y debo decir que me gusta el punto al que hemos llegado, porque hay algo que hace años tengo muy presente. Me explico.

Sabes, porque lo hemos comentado, que uno de los pensadores que más ha contribuido a mi confortabilidad intelectual ha sido Salvador Pániker. Déjame que traiga aquí una cita suya y luego te comento.

«Más allá del ego está lo que los hindúes llaman el Testigo, es decir, el margen de libertad que contempla “desde fuera” la película de la propia vida. […] Este Testigo es el que ve el ego, pero sin identificarse con él. […] El Testigo se encuentra ya presente en cualquier estado de conciencia; solo se trata de reconocerlo. Y en eso, solo en eso, consiste la meditación.»

De la misma manera en que yo haya podido ir reconociendo la naturaleza de ese dualismo y la propia presencia del Testigo, de mi propio Testigo, también he comprendido que las atrocidades de las que son capaces tantos seres humanos solo pueden ser posibles silenciando, anulando la presencia de su Testigo.

Puede parecer contradictorio, pero cuanto más miras hacia adentro, mayor es la conciencia de conexión con lo que te rodea. Y al revés, claro, cuanto menos miras hacia adentro, mayor es la desconexión. Ese “mirar” hacia dentro que algunos reconocen en la meditación, únicamente es honesto cuando observan desde una distancia razonable cómo ese fenómeno extraordinario que es la vida se manifiesta en nuestro yo, cómo se enreda entre las luces y las sombras de una historia, una personalidad, una proyección de futuro. Cómo se manifiesta en la interacción de un instante preciso; cuando respiramos, cuando acariciamos, cuando observamos lo que está fuera de ese yo.

Pero ¿qué pasa cuando se ahoga la presencia del Testigo? Pues sucede que nos desconectamos de la vida y que sentimos intensamente la ausencia, la desorientación. De este modo entra en nuestras conciencias la presencia de la “autoridad”, que no deja de ser un sustituto externo de nuestro Testigo. La autoridad dicta el camino, elimina incertidumbre y se cobra sus servicios arrendando a precio de saldo la esencia de nuestras vidas. Lo que queda tras esa explotación son migajas. Tanto vale si hablamos de autoridad política, religiosa o la que fuere.

Para llegar a ser el que se es hay que despojarse de esa relación parasitaria, y eso da mucho miedo. Quizá la única manera de conseguirlo es evitando que la relación entre el ego y el Testigo se rompa, y eso significa proteger desde la infancia los instintos naturales. Evidentemente las autoridades no están interesadas en que esto suceda, por eso están obsesionadas en controlar la educación.

Pero el Testigo no muere. Languidece, se esconde detrás de las sombras de una vida desdibujada, pero sigue ahí. Quizá sería el momento de conseguir elaborar un método para doblegar a los militantes de la barbarie y la mentira destapando la mirada de cada uno de sus Testigos. Para abrir, en medio de las ruinas de una ciudad muda, la luz de una nueva conciencia desnuda, valiente, honesta, reparadora.

José Luis Campos



05 agosto 2025

Sobre el sufrimiento 6/8

Rincón con portal y sillas.
Acuarela sobre madera.
70x45. 2023

¡Cuánto me sugieren tus palabras! Me interpelan sobremanera. Empezaré por mi ausencia de estos días, mi tardía respuesta a tu anterior misiva. Lo inmediato te atrae y te atrapa; pero no es queja, es realidad, porque todo lo que vamos desarrollando, si ha sido integrado adecuadamente, hemos de poder expresarlo, darle cuerpo, en la vida diaria o cotidiana. He lidiado con la enfermedad, en este caso de otra persona y he lidiado bien. Será porque podía.

Vayamos por partes, querido amigo. Cuando hablamos del sufrimiento como dolor que se nutre de la ignorancia acerca de quien soy yo en el fondo, no necesariamente estamos situados en la psicopatología; esto sería en los casos más graves. No, hablamos de todos nosotros, incluidos aquellos que nos pensamos dentro de la “normalidad”, si es que esto existe, si no es algo construido socialmente. En donde hay sufrimiento hay ignorancia, en distintos grados, da igual los sujetos.

Y sí, es verdad que el contraste con lo que no somos introduce algún grado de neurosis en nuestras vidas. Pero lo grave, lo decisivo, comienza cuando nos creemos dicha comparación, cuando nos identificamos con el resultado de nuestra comparación –un día, José Luis, tenemos que hablar largamente del problema de la identificación–. Quiero decir que, hasta cierto punto, el comparamos es humano; necesitamos realizar juicios de valor: más-menos, mejor-peor, grande-pequeño, bueno-malo, bello-feo, etc. Es lo que Nietzsche llamaba “voluntad de verdad”, humana demasiado humana. Para orientarnos en la cambiante e ilimitada realidad de la existencia. El problema está en creernos nuestras propios juicios, hasta el punto de identificarnos con ellos: “yo soy eso”. Y yo, realmente, no soy eso. Una cosa es cómo soy, mis modos adquiridos de ser, y otra cosa muy diferente es quién soy yo, de veras, en lo profundo de mí, la fuente de esos innumerables y variables, también, modos de ser que puedo ir mostrando a lo largo de mi vida.

De manera que tan perdidos estamos cuando nos comparamos con lo que no somos que cuando nos identificamos con lo que creemos ser. Quizás, se trata de dos caras de la misma moneda. Y sobre esto creo que tienes razón: es imposible, además de nocivo y peligroso, basar nuestra existencia en el no-ser. Y tanto corremos el peligro de ser desdichados cuando tratamos de hallarnos en lo que no somos, como cuando nos atrincheramos en lo que creemos ser. Posiblemente, esto último, una consecuencia de ese mismo contraste, continuo y agotador.

Entonces, ¿cómo vivir mejor? ¿Cómo orientarse uno mejor en la vida? Desde luego, no desde esos juicios comparativos que siempre estamos haciendo, ya desde la cuna; porque, quienes nos educaron también procedían del mismo modo: vivían, no desde ellos mismos, sino desde una imagen de sí mismos, fruto del contraste o la comparación. Si ellos no se veían a sí mismos, ¡cómo iban a poder ayudarnos a que nosotros nos viéramos a nosotros mismos! El que educa (ni nadie) jamás puede ir más allá de las limitaciones de su propia visión de sí mismo, que marca la imagen de los demás y nuestro estilo de relación con ellos. Si yo creo que soy poca cosa o que no merezco ser feliz (o lo contrario), esto determinará mi valoración de los demás, que los vea como superiores a mí o más afortunados que yo (o lo contrario). Si nos comparaban continuamente, de pequeños, y no nos miraban a nosotros, no es difícil de comprender que nosotros lo hayamos seguido haciendo. No sabían, y no sabemos, ser/vivir de otro modo. ¿Y cómo no comprender que no nos hayamos ejercitado en el contacto con nosotros mismos, nuestra identidad o autenticidad? Eso que siempre va conmigo, una “soledad sonora”, una presencia callada, un silencio, desde donde emergen todas nuestras respuestas conscientes, creadoras, libres, únicas, si estamos atentos y abiertos y receptivos a ello.

Más que lo que quiero llegar a ser, llegar a ser el que se es. ¿Y cómo? Des-cubriéndolo y desarrollándolo (vale también viceversa). Pues en lo que soy realmente están todas mis posibilidades. Aquí, ahora. Es suficiente, para empezar, que cuando pienso, siento o hago algo, a la vez, esté muy atento y sea muy consciente de mí mismo: “yo que pienso, yo que siento, yo que hago... yo que miro, yo que entiendo, yo que camino, yo que me despierto... yo que hablo, yo que escucho...”. Vale así, por ahora.

Antonio Sánchez


25 julio 2025

Sobre el sufrimiento 5/8


Mario y Pedro trabajando

Óleo sobre tela 115x85 cm. 2023

Berto Martínez Tello


Creo que es muy interesante lo que dices sobre el sufrimiento: que se hace fuerte en la ignorancia de quién soy yo en el fondo, a través de un cinturón de creencias limitadas o erróneas (acerca de mí, de los demás, del mundo). Entiendo que estamos en el plano de la psicopatología.

Probablemente el problema es que construimos una imagen de quién somos comenzando por identificar qué es lo que no somos: Si soy hombre, no soy mujer. Si soy español, no soy coreano. Si soy profesor, no soy alumno. Si soy agnóstico, no soy creyente. Si soy humano, no soy animal. Y así comienza el error: enmascarando a nuestro conocimiento todo aquello que creemos no ser y despojándolo de valor frente a lo que nosotros creemos ser.

El engaño continúa hasta que ese cinturón de creencias nos va reduciendo a una triste sombra plana, descompuesta, sin fundamento. Porque es imposible fundamentar una existencia en el no ser.

Pero hay seres cuya sensibilidad trasciende esas fronteras. Es mucho más sencillo explicar un mundo en el que todo es blanco o negro que un mundo cuya escala cromática es ilimitada. El problema es que a quienes se salen del blanco y negro les vamos a repetir hasta la extenuación que su yo no entra en los estándares de la normalidad. Entonces, su sufrimiento es el producto de una intoxicación social.

Dices: la duda solamente puede ser el comienzo de una gran amistad con la verdad. He tatuado esta frase en mi corazón. Ya es parte de mí. Es un regalo de un valor incalculable.

Y es que la verdad nunca puede ser producto del miedo a cuestionar la norma. Me explico: si la norma es sagrada, nunca podremos trascender sus límites. Por tanto, lo único “anormal” es el dogma.

Tal vez la pregunta correcta no es quién soy yo, sino qué quiero llegar a ser.

José Luis Campos